martes, 15 de julio de 2008

ESCRITORES EN TANGER.

JOSE A. GARRIGA VELA


La seducción de la ciudad marroquí para los escritores norteamericanos alcanza desde Mark Twain a la generación Beat

Ahora veo en una foto realizada por Sanz de Soto a Jane Bowles y Truman Capote sentados en un escalón de piedra de la maravillosa residencia de El Farhar, en el Monte Viejo de Tánger. El autor de la fotografía nos sigue contando que el azar quiso que en el Quaker City viajase un joven periodista, callado e irónico, que iba anotando cuanto veía y oía. No sin cierto pudor y miedo reunió aquellas anotaciones hasta convertirlas en un libro. Era su primer libro. El joven periodista era Mark Twain y el libro 'Innocents Abroad', en el capítulo octavo relata su asombro ante la ciudad de Tánger: 'Una de las cunas de la antigüedad'.
Veo una nueva foto de Sanz de Soto en la que se puede ver a Paul Bowles en una antigua casa de la Alcazaba donde vivieron Gertrude Stein y Alice B. Toklas, en su segundo viaje a Tánger. Cuando en 1934, Paul Bowles viajó por primera vez a Tánger aconsejado por Gertrude Stein. No sospechaba que aquella ciudad habría de convertirse con el tiempo en su hogar. La ciudad que le inspiraría lo mejor de su obra literaria. Paul Bowles no vuelve a Tánger hasta 1947. Es entonces cuando decide instalarse allí, sin por ello abandonar su inquieto espíritu viajero. Un año después, en 1948, se reuniría con su mujer, Jane Bowles, a la que Sanz de Soto califica de «insólita escritora, insólito personaje», al que le unió una entrañable amistad. «Lo tengo mil veces dichos y no pocas escrito, y no me cansaré de repetirlo, que la vida me otorgó el privilegio de vivir horas irrepetibles junto a dos seres impares ¿y tan parecidos!: Jane Bowles y el novelista tangerino Ángel Vázquez. Ambos crearon o mejor dicho consiguieron el milagro de recrear sus propios mundos, a modo de refugios mágicos, donde poder consumir sus vidas, autoinmolándose, que no autodestruyéndose, como aseguran quienes fueron incapaces de adivinar en ambos a dos seres absolutamente imposibles de definir y, menos aún, de clasificar dentro de ese falso orden establecido en el que todos andamos inmersos». Paul y Jane Bowles, cada uno a su modo y a su manera, fueron quienes convirtieron a Tánger en lugar de peregrinaje de las más grandes figuras de la literatura norteamericana de nuestro tiempo.
En esta fotografía de Emilio Sanz de Soto veo a Tennesse Wiliams y el pintor marroquí Ahmed Yacoubi en la playa de Tánger, en el balneario del 'Uncle Tom', propiedad de un negro del Mississippi, viejo y puritano que, de noche, perseguía por la arena a las parejas de enamorados para golpearles con una cruz fosforescente. A la izquierda de la fotografía se puede ver de perfil el rostro del pintor Francis Bacon. La foto está fechada en 1954. Sanz de Soto afirma que nunca ha conocido a nadie tan voluble como Tennesse Williams. De él decía Jane Bowles «que bastaba el vuelo de una mosca para que cambiara de estado anímico». Tan pronto aparecía alegre y extrovertido como tristemente callado. Los motivos de tales cambios resultaban siempre inexplicables. Él mismo reconocía su inestabilidad. En cierta ocasión confesó: «En mí todo es epidérmico». El recuerdo que Sanz de Soto guarda de Truman Capote es caleidoscópico: «Todo él era encantamiento y asombro. Frente a Jane Bowles su creatividad se desataba, convirtiéndose en un increíble espectáculo de palabras, frases, gestos, imitaciones, dejándonos a todos maravillados. Truman adoraba a Jane. La adoración era mutua. Una pureza infantil se apoderaba de ambos, los iluminaba, y sus risas inconfundibles han quedado en mí como prueba evidente de que la felicidad es a veces posible. De ahí que me niegue a reconocerlos en los oscuros retratos que de Jane y Truman se han escrito. Mi recuerdo es muy otro. Siguen vivos en la magia e sus palabras, de sus escritos».
Aquí está Jane Bowles con Emilio Sanz de Soto en un baile de disfraces organizado por el honorable Davis Herbert. Casi de improviso, y sin otra razón que la del kif y el hasch, Tánger se convirtió de la noche a la mañana en la ciudad elegida por la Beat Generation. Allí llegaron, avanzados los cincuenta, Jack Keoruac, Gregory Corso, Allen Gisnberg. «En estas mis visitas fantasmas a unos ambientes fantasmagóricos, me acompañaba el jovencísimo pintor tangerino José Hernández, quien a sus diecisiete años ya soñaba despierto dibujando gatos enfurecidos. Siempre le decía lo mismo: Si hay que huir, mejor acompañado que solo. Y ya que de fantasmas hablo, un último recuerdo: el de William Burroughs. Desde la ventana de mi casa lo veía a diario, sonámbulo, con una cesta en la mano, camino de un pequeño hotel propiedad de una francesa. En ese hotel se alojaba un amigo español de Ceuta que venía a Tánger todos los fines de semana. Madame Claude, que así se llamaba la dueña del hotel, me repetía siempre lo mismo: «Al señor Burroughs me lo encontraré un día muerto en la habitación, apenas come, se droga y pasa las noches escribiendo. Así nació 'El almuerzo desnudo'».
Tánger está presente en la obra de todos los escritores citados. Si a ellos sumamos los escritores de otras nacionalidades, no encontraríamos con una sorprendente biblioteca a la que se van uniendo otros testimonios. La literatura es un arte intemporal. Y sobre Tánger aún queda mucho por escribir.