sábado, 5 de julio de 2008

CULTURA: Laforet tangerina

DECADENCIAS
Laforet tangerina
LUIS ANTONIO DE VILLENA
Manuel Cerezales (hago la cuenta de memoria) debió de ser el penúltimo director del periódico España de Tánger. Ello hizo que Carmen Laforet -mediando los 60- pasara un tiempo en esa ciudad -entonces su mito aún vivo- y conociera allí a Emilio Sanz de Soto, que sigue siendo el gran mito del tangerismo entre nosotros. Que yo frecuentara Tánger ya y fuera, a mi vez, amigo de Emilio, me llevó a conocer a Carmen Laforet, en la casa madrileña de Emilio, en la primavera de 1983. Allí acudimos varias veces, a lo largo de ese año, a tomar té, y a charlar en un clima muy relajado, de muy poca gente y ancha cordialidad.

Sabía yo, por supuesto, quién era Carmen Laforet, y que al menos desde 1970 estaba completamente fuera del mundo de la literatura (entonces publicó La niña y otros relatos, libro parcialmente nuevo, su último libro en vida), pero conté con la suerte -por la generosidad de Emilio- de que ella supiera quién era yo, porque el amigo le había hecho leer mis primeros libros en prosa...Yo tenía casi 32 años y Carmen 62. Su recuerdo (en esos meses de reuniones, con té o con jerez) aún me cautiva. Cierto que Carmen se consideraba fuera de la literatura, pero se notaba que era una gran lectora, y que la literatura (no la suya ) le interesaba mucho. No había en ella ni asomo de vanidad, sabía escuchar y hacer observaciones inteligentes. Cierto que había en ella -incluso cuando reíamos- un halo de tristeza. Mi sensación es que era una mujer que había sufrido psíquicamente. No sé por qué. Pero ese tipo de sufrimiento (que a menudo presupone alta sensibilidad) se percibe mucho en los ojos, en su halo de aves fugitivas...
Hipersensible, modesta, inteligente, muy refinada -aunque sin nada llamativo en el vestir-, Carmen Laforet tenía mucho de personaje de sí misma. Pero ¡qué claro su reir cuando Emilio le contaba una anécdota simpática! ¡Y qué pasión -sin alzar la voz, esa hórrida manía española- al hablar de libros! Carmen evitaba hablar de su literatura. Tuve yo entonces la sensación de que la consideraba de otra época, y más aún, que consideraba que el franquismo (por censura y autocensura) había dañado a muchos de los escritores de su generación. Insinuaba que no se podía hablar de lo que uno quería... El único detalle de autoestima -lógica- que le vi fue cuando yo comenté que iba a buscar un ejemplar de Nada en tapa dura, porque lo había leído -tarde- en bolsillo. Me gustaría ahora guardarlo y que me lo firmara. A los pocos días recibí un ejemplar de Nada en tapa dura con una larga y cariñosa dedicatoria de Carmen. Sé que le gustó que yo le pidiera el libro. No ser vanidoso tampoco significa vivir en las nubes, y Carmen -en esa época- pese a su halo de personaje romántico, sufriente, lúcidamente hiperestésico, no vivía en las nubes... Es curioso: sólo en ese año vi a Carmen (supongo que las reuniones de Emilio cesaron, por otros problemas), pero la recuerdo como si la hubiera visto hace muy poco. Fumando, entre tangerinos, éramos allí (como en una vieja tarde de El Minzah) seres perdidos -como ella- en la náutica de un mundo mejor, que todos queremos y que no acaba de llegar nunca. ¡Próspera travesía!